Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice, Imagen & Comunicación.

La reducción de personal y la altísima rotación han sido parte de los principales problemas de las empresas en los últimos años. A nivel mundial, primero la crisis del 2009 en Estados Unidos, que luego salpicó a todo el mundo, con un impacto enorme en todos los continentes, aún en la ordenada Europa. Estas reducciones implican un problema, tuviese o no gente de más la organización, la que estaba hacía alguna tarea o imponía un ritmo de trabajo menor. Al no estar más, se sobrecarga la tarea de las demás personas y se produce el efecto “miedo”, se afecta la motivación y el compromiso por dos vías: por lo “desechable” de las personas en un esquema de baja de rentabilidad, y por el resultado de aumento repentino de volumen de trabajo para los que sostuvieron su posición.

Esta baja de motivación, originada también en la falta de comunicación clara hacia quienes se van y la generación de sensación de seguridad en quienes se quedan, se convierte en un círculo vicioso, que de forma oculta, como un virus o un cáncer, consume más rentabilidad de la organización, atenta contra la productividad, la competitividad y la existencia de la organización. El espiral comunicacional interno y externo se torna peligroso y de alto riesgo, hacia dentro como hacia fuera. Entra en consideración la reputación y prestigio de la compañía si la tiene, su confiabilidad en los proveedores, la voluntad de trabajo de los empleados, la imagen de la compañía y su consideración a nivel relaciones públicas e institucionales.

En uno de mis primeros trabajos como consultor, concursé la comunicación interna de Tía S.A. Con sólo veinticinco años, recién egresado de la universidad y solo dos clientes chicos en mi haber, logré ingresar en la disputa de algo innovador, a lo cual dediqué mi tesis y docencia. Con todos los nervios del caso, llegué a la entrevista con la Directora de Recursos Humanos con muy poca información previa, pero muchas ideas, que debían sustentarse con algo. Decidí llegar media hora antes, me senté en la sala de espera sin anunciarme y la creatividad me dio la información, que es también la consistencia del claro RIESGO que corren las empresas. En el hall  de entrada logré escuchar a varios empleados comentando sobre los despidos reciente, 1.800 sobre 5.000, la antigüedad de quienes habían sido echados, el reclamo de algunos clientes sobre la falta de su cajera preferida, la actitud sorpresiva basada en la necesidad de rentabilidad en una compañía con más de cuarenta años de existencia. Uno de los argumentos comentados era la falta de ganancias. Junto a mí había dos vendedores de empresas proveedoras, que absorbían la misma información. En una sala  de espera todos los riesgos juntos.

Liderar para lograr permanencia es entender que la compañía “económica” no es una comunidad de trabajo, excepto en raras ocasiones. Es una máquina corporativa que tiene y manifiesta solo la intención de producción de riqueza para los responsables. Se pierde el sentido de responsabilidad por el personal en su conjunto. Liderar para preservar es entender la empresa como un “espacio viviente”, como una conjunción de voluntades, que dejan parte de su existencia en su trabajo. Ver ese costado impide llegar a puntos de reducción o rotación, o de llegar a ellos,  contar con un enfoque humano que mitigue los efectos.