Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice, Imagen & Comunicación.

Una de las experiencias más ricas que tuve a lo largo de mi derrotero de consultor en comunicación interna, fue la de brindar un “taller de comunicación interpersonal” en diferentes empresas. El diseño del mismo me fue encomendado por la antigua Repsol de Argentina, antes de que se fusionara con YPF. En aquel momento el estilo de conducción era uno de los más avanzados del sector energético. El Gerente de Capacitación de aquel momento fue uno de los personajes más atrevidos que tuve la suerte de cruzar entre los pasillos de la comunicación. Daniel Ditale tenía – y tiene – un estilo transgresor, rupturista. Esa forma de ver la capacitación y la comunicación lo llevó a plantearme “hagamos un taller que rote por todos los yacimientos y las plantas de la empresa, que lo compartan todos los niveles de la organización, que los integre y les enseñe a comunicarse”. Su visión nacía de la conciencia de que una falencia de quienes trabajan en las petrolíferas es la comunicación, por el tipo de trabajo: físico, duro, en soledad durante buena parte del día, compartimentalizado, riesgoso, con jerarquías, en síntesis, complejo en extremo. A partir de la premisa de la necesidad de integrar los saberes, las experiencias, de bajar a tierra las capacidades de todos y de mostrar que “el otro” también las tiene, comenzamos el diseño de esta experiencia que nos “sacó de gira” por todo el país. Mendoza, Neuquén, Rosario, todo el país fue el escenario de esta experiencia.

Cuando nos sentamos a pensar como romper las barreras comunicacionales sustentadas en los saberes diferentes, surgió la frase de la “Apología de Sócrates”, libro escrito por Platón, a pesar de lo que piensa un ex presidente. “Solo sé que nada sé” es una de las frases más reiteradas, pero que en su profundidad expresaba todo lo que aún se puede aprender y cuánto se aprende del humano, del “otro”, a pesar de que Foucault estaba unos cuantos años de existir. Desde ese punto de partida construimos lo sencillo: la comunicación es puesta en común, en construcción de comunidad y es transmisión en pos de la misma.

Con poco menos de treinta años – hace lamentablemente mucho – me encontré frente a encargados de pozo, ingenieros, geólogos, encargados de mantenimiento, higiene y seguridad, exploración y perforación, físicos, químicos, gerentes y rasos, todos reunidos se preguntaban que hacían durante dos días ocho horas hablando de “comunicación”. Las diferencias de “bandos” asomaban, los “egos” entre compañeros de trabajo afloraban, el peso del “saber” de cada uno relucía en los ojos y se expresaba en que se habían apiñado por sectores en cada mesa.

El primer paso fue separarlos y mezclarlos. Gerente con encargado, físico con higiene, geólogo con encargado de pozo, recursos humanos con seguridad. A mayor distancia de tarea y de contacto mejor, a mayor resquemor mutuo, mejor.

Y la primer tarea, luego de la presentación, era construir una torre lo más alta posible entre todos los integrantes de la mesa, ocho por cada una, sin poder hablar. Era un momento interesante observar la persecución del objetivo común sin la posibilidad de comunicarse. Así se graficaba la necesidad mutua de unos con otros y la clara “igualdad” de imposibilidades sino se podía trabajar en equipo. Las miradas aprobatorias sumaron voluntades para avanzar en el Taller, que cerraba con un juego de aplicación de lógica y saberes diversos, desde el sentido común hasta el organizativo, se intentaban poner en juego la mayor cantidad de las “diez inteligencias” existentes y hacer prevalecer la emocional.

Se buscaba el “encuentro” entre distintos, la “admiración” por el otro, la “atención” que cada uno merece, y la puesta en común del saber de cada uno para avanzar. El saber aportar, el saber aprender, el saber escuchar.

El resultado fue una sustancial mejora en la comunicación de las unidades y de la organización toda, al punto que al año siguiente comenzó un PIC, programa de intercambio continuo. El curso fue el mejor calificado por todo el personal de la compañía, a pesar de la distancia y desconfianza que podía generar un “capacitador” de menos de treinta años y “que nada entiende de petróleo”, pero que mucho aprendió en esa “gira” del valor real de la comunicación humana nacida del llano, de la empatía. Sin conocerlo, todos se iban con la idea de Popper en sus cabezas “Nuestro conocimiento es necesariamente finito, mientras que nuestra ignorancia es necesariamente infinita.”