Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice, Imagen & Comunicación

El tiempo es un concepto abstracto, en eso estuvimos todos de acuerdo. La construcción del concepto “tiempo” tuvo que ver con la necesidad de la organización de la vida de los seres humanos. Las horas de trabajo, las horas a ser pagadas, los días de descanso, evitar que las jornadas tuvieran la duración de la “luz” natural, tan productivas para la acumulación originaria del Capital en la religión protestante. El reloj es una medida arbitraria para poder cuantificar la duración de la vida y dividirla según las necesidades, gustos, objetivos. Correr cuarenta minutos mínimo para que sirva al corazón y a la capacidad aeróbica. Viajar tantos minutos al trabajo para llegar a tiempo. Contar con dos horas para ver una película. Tomarnos nuestros quince días de vacaciones. Los cuarenta y cinco minutos de terapia, durante los cuales nos recuerdan de las necesarias seis horas mínimas de sueño. Abstracto pero concreto, tan concreto como inasible mientras se escapa entre los pliegos de obligaciones, placeres, deberes, cuentas, tareas, tantos conceptos como segundos que ha construido la humanidad para la medida del tiempo.

El tiempo da linealidad a la historia, a las noticias, a la privacidad… daba eso. Ha sido derrotado por la “virtualidad”, por la tecnología, estas “innovaciones” destruyeron las barreras temporales tabicadas para cada cosa, o han destruido la necesidad de “espera”. Desapareció el derecho a desaparecer del otro, desapareció la barrera que uno pone a “estoy ocupado”, “estoy haciendo tal cosa”. La oficina, el trabajo, se traslada todo en la virtual nube de la red cuyas terminales nerviosas son los smartphones, más conectados a nuestro cuerpo que nuestra propia sinapsis. Suena el mail y nos genera más atención en muchos casos que la charla de un amigo, que la necesidad de un hijo. Ingresa una “urgencia” por whatsapp y desaparece la privacidad para abocarnos a contestar lo que se nos pide. “Leíste el mail que te mande e hiciste lo que te pedí”… “pero lo mandaste el domingo y es lunes por la mañana”. Nos mandan un mail y no lo contestamos en corto tiempo e ingresan por teléfono, por sms, por whatsapp, por Facebook… nuestras paredes de tiempo tienen más orificios que un colador.

Las noticias son actuales si las buscamos, la historia vuelve, el tiempo ha desaparecido y el derecho a la privacidad se cae cuando miramos una película y olvidamos desconectar el Skype y suena. Hace veinte años Umberto Eco dijo algo así como que los que tenían celular eran “proletarios de lujo”, parte de la “aristocracia obrera”. Se quedó definitivamente corto, ni el brillante Julio Verne hubiera anticipado que el tiempo iba a desaparecer en la nube de invasiones constantes. Que el derecho a jornada de trabajo iba a ser derogado por la virtualidad esclavista. Que una especie de gran hermano de todo tipo de comunicaciones iba a estar metido hasta en la mesa de luz, cuando pretendemos acostarnos a descansar o disfrutar.