Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice, Imagen & Comunicación

Televisión, Tablet,  Smartphone, Whatsapp, Mail, SMS, Facebook, Messenger, blogs, twitters, radio y radio por internet… el espacio del silencio se ha perdido. La mayor ausencia es el tiempo de ocio de nuestra mente, la posibilidad de no respuesta, el sentir que no hay una invasión constante a cada segundo. La cadena de comunicación infinita sobre satura la semiosis social. Es decir, en vez de ganar nuevos significados, la invasión y saturación dispersan los significados, la comunicación se vuelve banal. Se lee o escucha rápido, se contesta de la misma forma, se considera efímero todo, desjerarquiza la realidad, la información no nos llega más sino que “pasa” más por delante nuestro, y el cuidado y valor de las palabras se pierde en el tornado comunicacional.

Asustaría al final del día revisar la cantidad de gente con la cual nos “comunicamos” por día, el volumen de información que “leemos” o “vemos” o “escuchamos” al final de la jornada. ¿Cuántas teclas presionamos para formar vocablos en las veinticuatro horas… y cuánto nos queda de ello?

La saturación nos ha quitado la real capacidad de comunicar poco a poco, nos agota al punto de dificultar el corrimiento de las obligaciones y dar la atención a la “vida” real. El espacio de las relaciones sociales reales ha sido tomado por las relaciones “sociales” virtuales, desplaza la importancia del que está al lado, se ha hecho más fácil mirar la pantalla del Smartphone o la Tablet, que los ojos y la cara de quien está enfrente. Evitamos el hablar por teléfono por agotamiento, no fuimos hacia la síntesis, fuimos hacia el vacío de sentido, de importancia; fuimos a lo efímero, a reírnos o responder y olvidar. Nuestra mente no puede abarcar tanto y el criterio impuesto y autoimpuesto de “contestar” crea “blancos” y desvaloriza… todo lo que está a nuestro alrededor.

El escenario nos exige hacer la diferencia en la comunicación para que sea comunicación. Volver a jerarquizar los momentos, recuperar las conversaciones sobre ideas, en todos los espacios. En lo laboral para que no sea la tormenta de palabras la que reemplaza la tormenta de ideas, para que no sea “otro mail” más, sino un intercambio entre personas. En lo personal, dejando los teléfonos y el relato de lo que pasa por ellos, para encontrar al “otro”, en el sentido de Foucault, para enriquecer nuestras vidas y no llenar nuestras existencias de “zalamerías” sin rostro, “invasiones” efímeras y perder el roce de la mirada, lo precioso de una conversación. Debemos combatir la inmediatez con la construcción del momento.

Nuestra cotidianeidad debe resistir el embate y debemos dejar de ser la interface del trabajo con la tecnología, de las “relaciones” no relacionadas, para mirar hacia el costado, en la mesa y… ver que hay personas y no una nube de palabras. Al final del día no nos queda “nada” en la memoria, así el día se convierte en nada… un rostro en Facebook es una foto, no un “otro”; un twitt es una serie de caracteres impersonales no una persona con una idea. Es simple: algo de esto nos cambia la vida o hace que podamos cambiar algo en las relaciones reales, nos cambió a nosotros y nos imposibilitó de comunicar para cambiar. La rebelión es contra el exceso no contra la utilidad, es que el medio vuelva a ser el medio y no el objeto de veneración. Las palabras amables pueden ser cortas y fáciles de decir, pero sus ecos son realmente infinitos, dijo la Madre Teresa, pero lo decía mirando a los ojos, allí su fuerza de humanidad.