Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice, Imagen & Comunicación

 

Corre el año 1816 en Mendoza, más precisamente en Plumerillo. En esa localidad cercana a la base de la cordillera, el General San Martín prepara el “Cruce” histórico. Las tropas están inquietas e intrigadas, nadie conoce lo definitivo del plan, pero todos intuyen una acción inédita, un sacrificio humano que los llevará hasta el límite de sus fuerzas. La falta de pertrechos, de uniformes de armas, se salva con la voluntad de esos hombres de hacer algo grande. En estos momentos, en todo grupo, algunos flaquean, la claridad solo se reemplaza por el convencimiento en lo acertado del desafío, por el valor de lo que se va a hacer y lograr. En esos momentos, solo una guía clara y honesta mantiene en alto las fuerzas y la determinación.

Una mañana, a poco tiempo de comenzar el viaje, el General sale de su puesto de comando – tan simple como el del resto de sus tropas, con los mismos alimentos – camino al arsenal para hacer una revisión de inventario. Al llegar a la puerta del mismo, el Granadero a cargo de la guardia se cuadra, hace venia y acto seguido le dice “mi general ud. no puede ingresar porque carga sable. Según sus instrucciones esto podría producir un accidente con la pólvora y ha prohibido en forma expresa, so pena de castigo, el ingreso de esa forma al arsenal”. Don José devuelve el saludo y contesta al soldado “lo sé, pero soy el General y la orden es mía, por lo tanto la derogo y le ordeno que me deje pasar”. El Granadero, sin abandonar la posición frente a la puerta, firme pero con la humildad que el caso ameritaba sostuvo “será Ud. el general, pero es el mismo que insiste en el cumplimiento de las normas para todos y en la no excepción, más aún cuando se pone en peligro la misión o el conjunto de la tropa”. San Martín miró al Granadero e insistió un par de veces más, incluso so pena de sanción. En todos los casos se encontró con la misma repuesta. Miró al hombre que le cerraba el paso y le dijo “muy bien soldado, no podía esperar menos de Ud., de haberme dejado pasar hubiera desobedecido una orden y peor aún, su juicio hubiera cedido ante la autoridad y habría puesto en peligro el arsenal. Jamás lo castigaría por esto, lo hubiera sancionado por haberme franqueado el paso”. Actos como estos sobran en la historia del cruce de los Andes y el resultado de la odisea la conocemos todos: un liderazgo ejemplar que pone la norma pareja para todos y hace del respeto del deber y el ejemplo una constancia, logra resultados extraordinarios.

Seguir a un hombre un tiempo es sencillo, seguir a sus ideas también. Pero la coherencia, el ejemplo, el ir delante, determina una fuerza del conjunto poderosa e inigualable.