Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice

Una noche en la Opera de París, sala llena, estreno de temporada. La Opera de París es uno de los lugares soñados por los artistas para actuar, el paso por allí decide o refuerza la carrera artística de quién pisa esas tablas. La presentación en el escenario ubica en el centro de la responsabilidad y el protagonismo al tenor, la soprano y el director de orquesta, que imprimen su personalidad y profesionalismo a la obra y guían la actuación del resto.

Si la Opera fuera Aida, sobre el costado derecho del escenario, casi bajo el telón, se ubica una fila de personajes cuya única tarea es portar una lanza, ni siquiera son coro. Esta lanza uno, lanza dos, tres y cuatro, al que por su posición casi no se ve.

Al finalizar la obra, luego de una actuación maravillosa, de una interpretación sublime de Verdi, el teatro se pone de pie. Está allí la crema de la cultura Europea. Como es tradición en la Opera, cuando algo roza la excelencia, las damas de los palcos, que se encuentran casi sobre el escenario, lanzan rosas al elenco. Pero dónde caen las rosas? Al Tenor, al Barítono, a la Soprano o al Director de Orquesta? No, caen junto a… lanza cuatro. Este ignoto integrante del plantel, este hombre cuyo paso por la obra maestra es sostener una lanza, siente la caída de la ofrenda del público en su cara. El favor de las damas del palco llega a él. Y cuando cae el telón y los aplausos continúan, será uno de los que saldrá a dar el bis de reverencia ante el público, en el mismo plano de importancia que él, los principales responsables.

Al llegar a su hogar, compartirá con su familia el enorme orgullo de ser “parte de”, con el pecho henchido le dirá a su mujer el enorme éxito de interpretación, el júbilo de su Director, el éxtasis del público forman parte ya de su historia personal, de su motivación como parte de un equipo, son el motor de su ansia para sostener la lanza cada vez mejor.

Pero que hubiera pasado si en vez de ser una noche maravillosa, en algún momento un desacertado movimiento de Lanza Cuatro hubiera generado un corte de algún cable con el elemento que da nombre a su personaje y la obra se hubiera suspendido? Quién habría salido a dar explicaciones a un público frustrado en medio de una obertura? Quién tendría que asumir la vergüenza? En tal caso serían el Tenor y el Director de Orquesta, quienes con Telón caído saldrían a dar las razones del fallo y ofrecer las alternativas a la élite de la cultura francesa. Lanza Cuatro estaría resguardado tras bambalinas y al ver la actitud de los líderes, se motivaría para dar lo mejor de sí en la próxima interpretación.

Todas las organizaciones tienen un Tenor, un Director de Orquesta y muchos Lanza Cuatro. El liderazgo motivador produce orgullo de pertenencia en cada uno por la socialización de los éxitos y motivación por la personalización de los fracasos. Un liderazgo positivo es el capaz de extraer de todos lo mejor por sus actitudes generosas y reacciones responsables. Abrir la participación en los logros y estar al frente en las adversidades son rasgos de grandeza que construyen organizaciones enormes.