Por Alejandro Paolini, Director General de Vértice – Imagen y Comunicación

En la noche del Carnaval todo vale y dice la leyenda que por eso se ponen máscaras. Esta fiesta tiene su origen en las fiestas paganas, como las realizadas en honor a Baco, el Dios del Vino. Fiestas que se llamaban bacanales, palabra que aún se sigue utilizando.

Algunas versiones de la historia la ubican también en Egipto, en las fiestas del toro Apis, o en Sumeria, hace más de 5000 años. El imperio romano continuó con estas celebraciones, desde donde se expandió la costumbre al resto de Europa, para llegar a América en el siglo XV.

El carnaval está asociado con los países católicos, los protestantes no lo festejan o tienen fiestas modificadas como es el caso de Dinamarca.

El carnaval de Río es el más grande del mundo, y otros grandes y famosos son el de Tenerife y Cádiz, Colonia en Alemania, y obviamente el de Venecia.

Los historiadores y etnólogos identifican en el carnaval elementos de antiguas fiestas y culturas, como la fiesta de invierno (Saturnalia), las celebraciones dionisíacas griegas y romanas (Bacanales), las fiestas andinas prehispánicas y las culturas afroamericanas.

En la Europa de la Edad Media se utilizó el carnaval para ridiculizar la autoridad, por medio del incógnito, así como se daba rienda suelta al descontrol. Luego la cultura dominante la tomó y la convirtió en una fiesta propia, entre los que actuaron estuvo la iglesia que incluso le dio un nombre en latín: carnelevare, o época de no comer carne.

Lo cierto es que es una fiesta de las más antiguas, las más divertidas, populares y auténticas. Yendo desde el descontrol y enormidad de Río hasta el glam y la elegancia de Venecia o la enorme duración de Gualeguaychú.

A disfrutar, que como decía William Shakespeare, quien amaba el carnaval, “Si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar”.